Una nueva política de drogas
Alejandro Encinas Rodríguez
El Universal
22
Septiembre 2015
El Estado
mexicano atraviesa por una profunda crisis. A la corrupción y la impunidad
imperantes, se suman las incapacidades del Estado para garantizar la seguridad
de los ciudadanos. La estrategia contra la inseguridad iniciada con la llamada
“guerra contra la delincuencia organizada” durante el gobierno de Calderón no
ha cambiado, y lejos de contener al crimen, éste ha fortalecido su presencia
territorial, diversificado sus actividades delictivas, y con ello su poder
económico y corruptor que ha alcanzado a las instituciones públicas y a los
partidos políticos. Los niveles de violencia alcanzados son una realidad que,
pese a los intentos gubernamentales, no se puede soslayar.
Al igual que
la estrategia para combatir al crimen, la política prohibicionista en materia
de drogas ha fracasado. El consumo de drogas se ha incrementado y se realiza a
más temprana edad.
Ante estos
fracasos es necesario rectificar el rumbo y dar lugar a un nuevo paradigma: la
despenalización y regulación de algunas drogas.
La
legislación mexicana -en especial el Código Penal que data de 1984- penaliza el
cultivo, el transporte, el tráfico, el comercio y el suministro de drogas, sin
embargo no penaliza el consumo. Durante los últimos años se han endurecido las
penas, e incluso conculcado derechos y libertades con tipos penales como el
arraigo, que permite la privación de la libertad bajo la “presunción” de haber
cometido algún delito.
El gobierno
actual ha mantenido una posición ambigua al respecto. Si bien Peña Nieto ha
sido enfático contra cualquier tipo de regulación, diversos funcionarios de su
gobierno han planteado abrir el debate e incluso la posibilidad de despenalizar
el cannabis.
Quizá ésta
ambigüedad deriva de los resultados de algunas encuestas que señalan que sólo el
37 por ciento de la población en México aprueba la despenalización de la
mariguana y únicamente el 32 por ciento avaló los cambios realizados en
Uruguay.
Desde la
década pasada, diversas organizaciones sociales acompañadas por las fuerzas
progresistas han promovido distintas iniciativas de ley para dar un enfoque
distinto al prohibicionista, asumiendo la política de drogas como un asunto de
salud pública. Se ha planteado despenalizar los usos médicos, industriales y
recreativos del cannabis, y regular la producción de opiáceos con fines médicos
y hasta por razones humanitarias, ya que en nuestro país el 80 por ciento de
las personas con enfermedades terminales como cáncer o VIH, carecen de
paliativos efectivos contra el dolor que les ayuden a dignificar su muerte.
Se requiere
una nueva política de Estado que atienda las causas y no solo los efectos, los
problemas estructurales de la pobreza y la desigualdad, y aliente la
organización y participación ciudadana. Es necesario recuperar la presencia del
Estado y el control territorial perdido ante los grupos delictivos,
especialmente en las zonas rurales donde el combate a los grupos delictivos se
ha ensañado con los campesinos productores, y si bien es indispensable
fortalecer los cuerpos policiacos, los sistemas de inteligencia e investigación
policial, la creación de las policías especializadas y policías de cercanía, y
establecer penas sustitutivas de prisión, preservando los derechos humanos de
las víctimas del delito, se requiere superar el esquema punitivo.
Informar
sobre los riesgos del consumo de drogas, acabar con la estigmatización de
quienes consumen o son víctimas de alguna adicción, reconociendo el derecho al
libre albedrío de los ciudadanos para decidir sobre sus hábitos privados y
forma de vida, y así como hoy se regula el consumo del alcohol y la nicotina,
es necesario hacer lo propio con el cannabis y otras drogas.
Es momento
de dejar atrás la política prohibicionista, la sobre penalización y
criminalización de los usuarios de drogas. El Estado debe regular el mercado de
las drogas, eliminar el lucro y las enormes ganancias del mercado ilícito,
garantizar la seguridad y la convivencia en la sociedad, manteniendo márgenes
elementales de gobernanza democrática. (Senador de la República)
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