Dilapidar 25
años
Alejandro
Encinas Rodríguez
El Universal
6 de mayo de
2014
El PRD
surgió de la confluencia de dos procesos políticos que impactaron el final del
siglo XX y que transformaron la vida política del país. Por un lado, la
unificación de las izquierdas, derivada de una ruptura ideológica que abandonó
la noción de la vía revolucionaria para asumir el paradigma de la democracia y
la competencia electoral, logrando su reconocimiento legal. Por otro lado, el
que representó la ruptura de la Corriente Democrática del PRI, que produjo un
cisma en el régimen político, al confrontar las medidas neoliberales y la
ausencia de democracia dentro de ese partido, en el que prevalecía el dedazo y
la sumisión a los designios presidenciales.
El PRD debe
entenderse así, como el encuentro de dos de las corrientes políticas más
representativas de México: la izquierda socialista y el nacionalismo
revolucionario. El acomodo y entendimiento entre estas corrientes no fue
sencillo, se requirió de buenos oficios y generosidad para superar las
resistencias que permitieron abrir paso al partido político más importante que
la izquierda ha creado hasta ahora.
Primero fue
la declinación de la candidatura de Heberto Castillo en favor de Cuauhtémoc
Cárdenas y la integración del PMS al FDN. Más adelante, ante la negativa
oficial de otorgar el registro al PRD, la decisión de disolver al PMS y
entregar el registro obtenido por los comunistas en 1979 al partido que nació
el 6 de julio de 1988 y que, de acuerdo con el llamamiento del 21 de octubre de
ese año, se planteó: “construir el partido de la democracia, de la revolución
mexicana, de la unidad patriótica, de las reivindicaciones nacionales y
populares”. “El partido donde tengan cabida, sin exclusiones ni vetos” millones
de mexicanos. “Un partido plural, donde se respeten y reconozcan las diferentes
corrientes de pensamiento que deben tener garantizados canales abiertos para
expresarse y actuar, un partido donde circulen las ideas y receptivo a la
crítica, una organización donde no existan estructuras ni aparatos más allá de
los previstos estatutariamente”.
La represión
del salinismo derivó en el asesinato de 600 militantes del PRD. El partido
afrontó la adversidad, logrando importantes triunfos a partir de 1996 en el
Estado de México; el primer gobierno democrático en el Distrito Federal en
1997, diferentes gobiernos estatales y cientos de municipios. Desde la Ciudad
de México se construyó una alternativa a la política neoliberal que trastocó
las fibras más sensibles del poder y que trascendió las filas partidarias para
construir la mayor insurgencia cívica en la historia reciente del país,
enfrentando una ofensiva desde los poderes institucionales y fácticos, que
llevó al desafuero del Jefe de Gobierno y al despojo de la presidencia en 2006.
A partir de
entonces, la desintegración interna fue manifiesta, y si bien en 2012 el
Movimiento Progresista mantuvo la unidad y alcanzó cerca de 16 millones de
votos, la división y el pragmatismo han marcado su sello. El Estado impuso a la
dirección nacional del PRD en 2008; las alianzas con la derecha han incluido
acuerdos con el PRI y la firma del Pacto por México legitimó a la clase
política corrupta gobernante; a un gobierno fincado en la compra del voto y a
reformas legales contrarias al interés popular.
Se ha
pretendido minimizar la crisis que vive el PRD, mas debe asumirse que al llegar
a sus 25 años poco hay por celebrar. Se han diluido los postulados que le
dieron origen, se han revertido los procesos unitarios de las izquierdas
llevando a su fragmentación, facilitando con ello el afianzamiento de la
restauración autoritaria, dilapidando la credibilidad y el capital político
construidos a lo largo de un cuarto de siglo.
Senador de
la República
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