Artículo
Tribuna Milenio
Lunes,
24 Noviembre 2014
Alejandro
Encinas Rodríguez
Senador
de la República
México
atraviesa por una profunda crisis política y por la mayor tragedia humanitaria
de las últimas décadas. La descomposición política del Estado y sus
instituciones y la degradación de la moral pública han permeado a los tres
órdenes de gobierno, a los poderes de la Unión y a los partidos políticos,
haciendo de nuestro país el reino de la corrupción, de la impunidad, de la
desigualdad y el miedo.
Los hechos
de barbarie acaecidos en Iguala han puesto en evidencia la magnitud de esta
crisis, mostrando ante una indignada opinión pública cómo esta descomposición
ha alcanzado al Partido de la Revolución Democrática y a gobiernos emanados de
sus siglas.
El PRD
enfrenta la peor crisis de su historia. Una crisis que, a diferencia de sus
conflictos anteriores, no deriva de la impugnación a sus procesos de elección
interna o de las diferencias respecto a la conducción, la línea política o la
relación con el gobierno y los grupos de poder que han impuesto las corrientes
dominantes en los últimos años. Se trata de un asunto de mayor envergadura,
resultado del desdibujamiento ideológico, del pragmatismo político y del
divorcio con las causas populares, que han convertido al partido que emergió de
la lucha por la democracia, la lucha contra la represión y por la defensa de
los derechos humanos en un partido más dentro del régimen autoritario del país,
incapaz de diferenciarse de la clase política que dice combatir, y que se ha
subsumido en el laberinto de las partidocracias y los enredos de negociaciones
a espaldas de la sociedad.
Algunos
dirigentes de las corrientes dominantes ven en la exigencia que muchos
perredistas hemos hecho de encarar este problema, y deslindar las
responsabilidades para esclarecer y castigar los hechos de Iguala, una campaña
para dividir al PRD o para ajustar cuentas entre los grupos y los conflictos
internos. Se equivocan. Este no es un asunto personal, sino una cuestión eminentemente
política, respecto a la cual tenemos que señalar que no nos identificamos con
el silencio y las omisiones de la dirección del partido. Que no compartimos la
opinión de quienes evaden encarar esta crisis como si todo pudiera seguir igual
después de los hechos de Iguala, cuando de su desenlace depende la viabilidad
del PRD y la armonía en el país.
México está
en riesgo. Vuelven a estar presentes las campañas de rumores, de descrédito y
provocaciones que pretenden justificar la violencia y distraer la atención de
la opinión pública del incumplimiento del Estado para garantizar la paz y la
seguridad de los ciudadanos. Regresa la retórica de gobernantes y funcionarios
que, incapaces de atender el reclamo social, lanzan amenazas y atropellan
derechos y garantías ciudadanas para abrir una salida autoritaria a la crisis,
en aras de garantizar la seguridad del Estado, no la de los ciudadanos.
Superar el
creciente rechazo social y recuperar la credibilidad perdida por el PRD
requiere asumir la ética como eje rector de nuestro desempeño público, como
condición inherente para superar la percepción negativa que se ha arraigado en
la población respecto al partido.
Ello exige
adoptar decisiones claras y contundentes, para conocer la verdad sobre los
hechos de Iguala y deslindar las responsabilidades de los autores materiales e
intelectuales, así como de las autoridades federales y locales que por acción u
omisión propiciaron esta tragedia. Exige esclarecer cómo se construyó la red de
complicidades y corrupción que permitió la operación impune de los grupos
delictivos en el estado de Guerrero y en la región; separar de inmediato a los
ediles que han sido señalados de mantener vínculos con los grupos delictivos en
ese estado y otras entidades; esclarecer las relaciones y mecanismos a partir
de los cuales obtuvieron sus candidaturas, y conocer si existió financiamiento
ilícito a alguna campaña o dirigente partidario.
Debemos
entender que, para evitar tocar fondo, es necesario replantear la vida
partidaria, construir un proyecto democrático y nuevos liderazgos con autoridad
moral; lo que pasa necesariamente por erradicar a todos los Abarcas de las
filas perredistas y a quienes consintieron su intromisión en la vida partidaria
y en los gobiernos emanados de sus siglas.
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