Hedor autoritario
Alejandro Encinas
rodríguez
El Universal
Martes 05 de Abril de 2016
Transcurre
el sexenio y las expectativas de crecimiento económico, generación de empleos y
mejoramiento de los salarios que ofertó Enrique Peña Nieto con las llamadas
reformas estructurales, no aparecen por ningún lado. Por el contrario, la
economía se debilita, mientras el trabajo y los salarios se precarizan aún más.
Lo
mismo sucede en otros ámbitos de la vida pública: la llamada Cruzada Nacional
contra el Hambre se convirtió en un oneroso aparato burocrático, que no
frena la espiral de empobrecimiento de amplios sectores de la población,
sumando 54 millones el número de mexicanos en situación de pobreza; en tanto la
violencia y el crimen aumentan, el Estado se debilita y la corrupción asociada
a los negocios y al crimen sienta sus laureles.
El
gobierno se niega a reconocer el fracaso del modelo económico que insiste en
mantener sin rectificar el camino emprendido. La soberbia, los intereses en
juego y la miopía política, lo llevan a asumir el riesgo de un brote de
inconformidad social no con medidas que reviertan el deterioro del
bienestar de la población, el combate firme a la corrupción y la impunidad, o
el rescate de sus responsabilidades sociales y la rectoría económica del país,
sino con el amago autoritario.
Brotan
signos del endurecimiento y la amenaza gubernamental en todos los ámbitos: la
descalificación de los trabajos del Grupo Interdisciplinario de Expertos
Internacionales de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA y
las acciones unilaterales para dar a conocer un tercer peritaje sobre las
presunta incineración, ahora de siete personas, en el basurero de Cocula, con
lo que se pretende cerrar la investigación sobre la desaparición forzada de los
43 normalistas de Ayotzinapa; la negativa a la presencia del Relator de
Naciones Unidas sobre Tortura, práctica que se ha generalizado en el país, en
momentos en que diversas encuestas señalan que el 64 por ciento de los
mexicanos tiene temor a ser torturado, o el precedente negativo que representa
el fallo de los tribunales del fuero militar que sólo sancionó a uno de los
elementos que participaron en las ejecuciones extrajudiciales en Tlatlaya por
indisciplina, en tanto se otorga impunidad a gobernantes corruptos y a bandas
de juniors, hijos de empresarios o funcionarios de alto nivel
en el gobierno de Veracruz, quienes impunemente, violan y cometen todo tipo de
delitos.
Las
señales más relevantes de este amago autoritario lo representan la llamada Ley
Eruviel y la Ley Reglamentaria del artículo 29 Constitucional. La primera,
profundiza la inefable experiencia de la Ley Bala en el estado de Puebla, dotando
de gran discrecionalidad a la fuerza pública para intervenir incluso cuando
exista “resistencia pasiva” de los ciudadanos; es decir, cuando “la persona no
obedezca las órdenes legítimas comunicadas de manera directa por el elemento
(de seguridad) que previamente se haya identificado como tal y no realice
acciones que dañen al mismo, a terceros o al elemento” (Art.12); o cuando para
mantener la paz y orden público “la determinación de hacer uso de la fuerza en
el caso de asambleas, manifestaciones o reuniones violentas o ilegales será
tomada por el mando responsable del operativo, bajo su más estricta
responsabilidad” (Art. 16), lo que constituye una flagrante violación a los
derechos humanos y a la libertad de manifestación consagrados en la Constitución.
La
segunda considera tres supuestos por los cuales es factible la restricción o
suspensión de los derechos y garantías: en los casos de invasión; perturbación
grave de la paz pública, o cualquier otro que ponga a la sociedad en grave
peligro o conflicto, lo que permitiría suspender el ejercicio de los derechos
políticos, el derecho a la vida, a la integridad personal; el no ser sometido a
desaparición forzada, tortura o pena cruel, inhumano o degradante, el derecho a
la protección de la familia y los derechos de las niñas, niños y adolescentes,
entre otros.
El
estado de excepción de acuerdo con Carl Schmitt, es la situación extrema del
Estado en la que el soberano ejerce la facultad de determinar al enemigo
público, trascendiendo, si es necesario, el estado de sitio con el fin de
proteger el bien público. Lo que enfrenta nuestro país no es una amenaza que
emane de la sociedad, si alguna situación de excepción existe es el
debilitamiento y descomposición del Estado mexicano, que se ha convertido en su
propio enemigo. (Senador de la República)
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