El optimismo del
General Naranjo
Alejandro Encinas
Rodríguez
El Universal
18 junio de 2013
Si bien el tema de
la violencia y las ejecuciones asociadas a la delincuencia organizada ha pasado
a un segundo plano en las políticas de comunicación del actual gobierno, la
situación prevalece en vastas regiones del país.
El Pacto por
México; el uso indebido de recursos públicos en los procesos electorales en
marcha; la escandalosa corrupción del ex gobernador Granier que engrosa la
extensa lista de funcionarios corruptos de todos signos y colores que demeritan
la función pública, han servido para distraer la atención de la opinión
pública, pues la zozobra prevalece en la vida cotidiana de millones de
mexicanos.
Contra al optimismo oficial expresado por el
General Oscar Naranjo, quien recientemente señaló que durante los primeros
meses del gobierno de Enrique Peña Nieto, se reportó un descenso de 17% en
muertes violentas, las ejecuciones acreditan repuntes al alza. Por ejemplo: en
diciembre del 2012 se registraron 982 ejecuciones y en el mes de abril del
presente año la suma alcanzó a 969 personas, incrementando el promedio del
actual gobierno a 34 ejecuciones diarias. En contraparte, el incremento de las
policías comunitarias y de los llamados grupos de autodefensa va en aumento, ya
que en noviembre de 2012 existían 8 grupos en tres entidades y para el al mes
de mayo del 2013, la cifra aumentó a 44 grupos en 16 estados del país.
Para el General en retiro del ejército colombiano,
miembro de la International Drug Enforcement Association filial de la DEA y
asesor de Peña Nieto en materia de seguridad, el gobierno empieza a responder a
los “fenómenos de tipo social”, pues ha lanzado “una política de prevención
social del delito” resultado de “la combinación de firmeza en la aplicación de
la ley, el fortalecimiento institucional y el mejor desempeño de las distintas
instituciones del Estado”.
Peña Nieto propuso como parte de la Estrategia
Nacional de Seguridad Pública un conjunto de acciones que a la fecha no se han
cumplido: la planeación y coordinación entre instituciones y las autoridades de
las entidades y los municipios, asignando responsabilidades y fechas precisas
para cada institución; un programa transversal de prevención, que alinearía las
políticas para combatir las adicciones, rescatar espacios públicos y promover
proyectos productivos; un Programa Nacional de Derechos Humanos; la
modernización de la PGR y la depuración del Instituto Nacional de Migración; la
creación de una Gendarmería Nacional integrada, en principio, por 10 mil
elementos, manteniendo la presencia de las fuerzas armadas en las labores de
seguridad mientras concluye la reestructuración de las policías estatales.
Lo cierto es que se mantienen en lo fundamental las
mismas políticas implementadas en los últimos años y que ha demostrado su
fracaso. Las nuevas acciones están lejos de implementarse. Se mantiene
intocadas la impunidad y las causas fundamentales que derivaron en el
incremento de las actividades delictivas. Es decir, la existencia de un Estado
débil, resultado de las políticas de privatización y desmantelamiento del
aparato estatal, que habían permitido garantizar el control territorial del
país y que tras las decisiones adoptadas desde mediados de los años ochenta,
cedió al crimen el control de distintos territorios donde quien rige no es la
autoridad legítimamente electa, sino el poder de la delincuencia.
Subsisten altos niveles de desempleo, pérdida del
poder adquisitivo de los salarios y el incremento de la pobreza que ha dañado
principalmente a los jóvenes, dilapidando el bono demográfico y que no se
resolverá con programas asistencialistas como la Cruzada contra el Hambre; al
tiempo que prevalece la rentabilidad de la economía del delito, que dota de
enorme poder financiero y patrimonial al crimen, pesando cada vez más en el
economía, ya que de acuerdo con la Secretaria de Hacienda, en México se lavan
alrededor de 10 mil millones de dólares al año que representan el 3.6% del PIB.
Son muchos los asuntos trascendentes que de manera
simultánea enfrenta el país, lo que no justifica distraer la atención en el
mayor mal que aqueja a los ciudadanos. Subestimar esta situación implica
cometer el mismo error que detonó la violencia.
Senador de la
República
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