Constituyente CDMX: inicia el debate
Alejandro Encinas
Rodríguez
El Universal
Martes, 4 de octubre de
2016
Muchos
de los derechos que contempla el proyecto no implican erogación económica, sino
voluntad política.
Una
vez definidas las reglas que regirán los trabajos de la Asamblea Constituyente
de la Ciudad de México, esta semana se tendrá que elegir a la mesa directiva y
la integración de las ocho comisiones que ordenarán el debate y analizarán las
propuestas de los constituyentes, así como de los capitalinos y sus
organizaciones, lo que permitirá dilucidar los puntos centrales del debate y
conocer el alcance del proyecto elaborado por un grupo plural y presentado por
el Jefe de Gobierno.
Pese
a su trascendencia, debemos asumir que el Constituyente no ha despertado el
interés esperado en la sociedad capitalina, reflejo evidente del descrédito de
la política nacional y sus instituciones, a lo que se suma el hecho de que,
hasta ahora, muchas de las opiniones vertidas sobre el proyecto de Constitución
denotan prejuicios, mala fe, y desconocimiento de un documento que es resultado
del trabajo colegiado de un grupo plural e interdisciplinario, que retomando un
sinnúmero de propuestas, formuló un documento que rompe con el enfoque de los
juristas tradicionales e incorpora, además de conceptos novedosos, una visión a
contracorriente de las reformas neoliberales que han desmantelado el carácter
social y las responsabilidades del Estado, imponiendo la dictadura del mercado
en la Constitución Política del país.
Por
ejemplo, hay quien sostiene que el 80 por ciento del proyecto de Constitución
contiene una clara intención privatizadora, con la que se pretende entregar al
sector privado funciones sustantivas del gobierno a través de la figura de
asociaciones público-privadas, cuando el proyecto establece que el Gobierno de
la Ciudad asegurará el desarrollo sustentable y el usufructo equitativo de la
ciudad; que los usos del suelo y de los espacios y bienes públicos y privados
darán prioridad al interés social; que el interés público prevalecerá sobre el
interés privado, y que el suelo y la propiedad deberán cumplir una función
social, para permitir el disfrute de la ciudad y la satisfacción de las necesidades
individuales y de la comunidad.
Incluso
hay quien ha afirmado que el proyecto promueve la privatización del agua,
cuando este recurso vital se concibe como un derecho humano y un bien público,
por lo que el artículo 14, inciso H, numeral 2 propuesto, señala: “Se prohíbe
toda forma de privatización del agua”.
Dentro
de los primeros escarceos del debate que se avecina, destacan las posiciones de
quienes consideran que el proyecto contiene “demasiados derechos”, que se trata
de una carta de buenas intenciones que no podrá cumplirse pues se carece de
recursos suficientes para ello.
Este
será uno de los debates centrales. Se trata del choque de dos visiones
profundamente contrapuestas, entre quienes consideran que el ejercicio de los
derechos depende de la capacidad económica de la autoridad para su
cumplimiento, lo que sustentó las bases de un estado paternalista y autoritario
del que derivaron las prácticas clientelares y corporativas más corruptas que
medran con la pobreza y la precariedad de vida de las personas; y quienes
concebimos la importancia de avanzar en una constitución garantista, donde es
derecho de las personas su exigencia y obligación del Estado su garantía.
Quienes
pretenden descalificar la carta de derechos de las personas; el derecho a la
ciudad; los derechos sociales y la ampliación de derechos políticos que
contiene el proyecto, olvidan el debate de 2011, cuando se reformó el Artículo
Primero Constitucional para incorporar los derechos humanos a nuestra carta
magna, como derechos inalienables, imprescriptibles, irrenunciables y
exigibles, y los principios pro persona, de progresividad y no regresión, a ἀ渄n
de que estos dejen de ser una aspiración.
Además,
muchos de los derechos que contempla el proyecto no implican erogación
económica alguna, sino voluntad política y un rediseño institucional: el
derecho a la autodeterminación y al libre desarrollo de la personalidad; la
libertad de pensamiento, reunión y asociación; el derecho a la privacidad, a la
elección de identidad social y cultural, a no ser discriminado, excluido y a
vivir en igualdad de condiciones en la comunidad, al igual que los derechos de
la democracia participativa como el referéndum y la revocación de mandato.
Por
supuesto que es necesario el rediseño de la administración pública y de los
programas sociales en la Ciudad de México, evitando la duplicidad y la
proliferación indiscriminada de programas, combatiendo las prácticas
corporativas, lo que contribuirá a garantizar y optimizar los recursos
asignados y su impacto positivo en el combate a la desigualdad, lo que además
de mostrar la viabilidad de una Constitución de derechos, derrotará la frívola
visión neoliberal que busca limitar los derechos de las personas a la
disponibilidad presupuestal, y que podríamos resumir con el epígrafe: “dime
cuánto tienes, y te diré para cuántos derechos te alcanza”.
Diputado constituyente
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