Reformar la
reforma
Alejandro encinas Rodríguez
El Universal
Martes 12 de Julio de 2016
Bastó un respingo de los dueños del país para que de inmediato el
Ejecutivo federal vetara los mecanismos de control incorporados en las normas
del Sistema Nacional Anticorrupción para fiscalizar y sancionar las prácticas
ilícitas a través de las cuales particulares obtienen contratos de obras,
adquisiciones y concesiones de bienes públicos.
Si con la misma diligencia se hubieran atendido los errores de la
llamada reforma educativa, el país no estaría enfrentando la tremenda sacudida
que ha puesto en evidencia el objetivo de dicha reforma: recuperar el control
corporativo del magisterio.
El Ejecutivo federal fundamentó su iniciativa de reforma al Artículo 3º
constitucional en la necesidad de “recuperar la rectoría del Estado sobre el
sistema educativo, prisionero de los poderes fácticos”. Las preguntas que
formulamos entonces fueron: cuándo perdió el Estado el control; cuáles son los
poderes fácticos que se lo arrebataron; quién engendró los cacicazgos corruptos
de Jongitud Barrios y Elba Esther Gordillo, y quién hizo del SNTE una pieza
fundamental de la estructura del fraude electoral en favor del PRI. Su
respuesta fue: responsabilizar a los maestros.
La reforma educativa se orientó a crear un régimen laboral de excepción,
que conculca los derechos alcanzados por los maestros, haciendo de la
evaluación docente un instrumento punitivo contra el magisterio, mientras en el
SNTE se mantiene la corrupta estructura de un “elbismo” sin Esther.
El dogmatismo oficial, alentado por la OCDE y organizaciones
conservadoras, como Mexicanos Primero, persiste en promover un modelo educativo
que se centra en el individuo y no en el ser colectivo, alentando la
competencia y la diferenciación entre los alumnos, la formación de maestros
autoritarios, obligados a impartir un programa único, con contenidos
fragmentados, que inhiben la iniciativa y la formación crítica de los
educandos, a quienes se les presenta la historia, la ciencia y el
conocimiento como algo concluido.
Por ello, lo que subyace en el fondo del conflicto es la confrontación
entre dos modelos educativos que entraron en tensión desde los años setenta,
así como una disputa contra el desmedido poder centralizado.
El gobierno federal no ha aprendido del fracaso de los intentos de
evaluación anteriores. Tampoco ha dado a conocer, como ofreció, el censo de
escuelas, el número de plazas, maestros, alumnos y comisionados sindicales.
Las evaluaciones implementadas en 2015 y 2016 representan una gran
simulación. De 1.2 millones de docentes y directivos, únicamente han sido
evaluados 300 mil. Además, de los siete indicadores que se establecieron para
la evaluación, sólo se han aplicado tres (examen de opción múltiple; cuatro
muestras de trabajo de alumnos y el plan de clase), algunos de ellos a
distancia, quedando en manos de los gobernadores desde la convocatoria, hasta
la asignación de plazas.
De acuerdo con la UNESCO, una verdadera evaluación debe atender de
manera integral, primero al sistema educativo en su conjunto, para
posteriormente evaluar los métodos y contenidos de la enseñanza; el resultado
en los educandos y, finalmente, al personal docente, para lo que se requieren
indicadores del servicio profesional, mismos que no existen.
Al no lograr imponer la reforma, el gobierno ha optado por la estigmatización
mediática y la infame represión contra los maestros, lo que ha determinado el
fortalecimiento del movimiento magisterial y la suma de otras causas sociales.
La evaluación docente es sólo una parte del sistema educativo. Es una
herramienta que no puede orientarse a afectar la condición laboral de los
maestros. Por ello, no se deben cancelar las vías del diálogo y el
entendimiento. Se requiere construir una solución al conflicto, la cual pasa,
necesariamente, por una revisión profunda a la Ley del Servicio Profesional
Docente, que elimine el carácter punitivo de la evaluación y respete los
derechos laborales del magisterio. Es necesario, reformar la reforma. (Senador
de la República)
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