No a la represión
Alejandro Encinas Rodríguez
El Universal
Martes 22 de Agosto de 2016
A lo largo del
conflicto suscitado por la mal llamada reforma educativa se ha desencadenado
una campaña de estigmatización contra el magisterio nacional, al que se
pretende culpar de los errores y omisiones del Gobierno federal, que han
determinado los graves problemas que enfrenta el sistema educativo nacional.
En los últimos
días, con motivo del inicio de clases y, cómo en los peores momentos de las
historias negras del país, desde el Presidente de la República, hasta los
voceros de los grandes empresarios beneficiarios de la profunda desigualdad que
aqueja a la mayoría de los mexicanos, han arreciado las declaraciones que
alientan el odio y encono contra los maestros, pretendiendo crear una ambiente
favorable para reprimir este movimiento, en vez de mantener la vía del diálogo
para la solución del conflicto..
Enrique Peña
Nieto, en entrevista a Joaquín López Dóriga, advirtió:
“El gobierno de la República no tendrá reparo alguno, no tendrá
reserva alguna para poner órden”.
Lo que de
inmediato fue secundado por Claudio X. González, presidente de la organización
Mexicanos Primero, para quien “El uso de la fuerza pública no tiene por qué
convertirse en represión, tenemos que lograr un equilibrio en México, donde se
pueda hacer valer la ley sin que haya represión o afectación a los derechos
humanos”. “Pero tiene que hacerse de una manera inteligente, para que no parezca represión” (sic).
De igual manera,
el presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana, Gustavo de
Hoyos, marcó el regreso a clases como “fecha fatal” para aplicar el estado de
derecho: “No debe mantenerse la tolerancia, porque cuando la tolerancia es
excesiva se vuelve permisividad y la permisividad, si continua en el tiempo, se
puede volver complicidad”, por lo que “aunque se use la fuerza pública, deben
empezar las clases”.
La delicada
situación que sobrevive el país, requiere no sólo serenidad y tolerancia, sino
voluntad e inteligencia en la solución de los conflictos sociales. Se debe
asumir que la llamada reforma educativa, que el Gobierno federal se empecina en
imponer, adolece de múltiples limitaciones desde su concepción original hasta
su fracasada implementación, y que es necesaria su revisión para replantear su
orientación y contenidos.
Prueba de ello, es
como al paso de los años, hoy se presenta una propuesta de modelo educativo, lo
que significa un contra sentido, ya que este modelo debió ser el punto de
partida, antes de imponer una reforma constitucional que se limitó a establecer
un régimen laboral de excepción que conculca los derechos del magisterio.
La educación es un
deber de todos, por lo que la solución de este conflicto lo es también. Es
necesario propiciar las condiciones para construir un arreglo. El Gobierno
federal debe rectificar su actitud, y asumir que el diálogo tiene que ser
acompañado de la voluntad de asumir compromisos y cumplirlos. A los grupos
empresariales les corresponde superar su enorme desprecio a la educación
pública y a sus maestros, y entender que la educación no puede ser un diseño a
la medida de sus intereses. Los maestros tienen que actuar con prudencia, tejer
puentes de acercamiento con sus comunidades y ganar a su causa el apoyo
popular. Por su parte, la sociedad civil debe impulsar la construcción de una solución
pacífica, preservando el interés colectivo.
Quienes se
autoerigen en representantes de la sociedad civil y demandan la utilización de
la fuerza para imponer sus puntos de vista, se equivocan. Nuestra sociedad está
harta de todo tipo de abuso y violencia, más aún cuando estos provienen de una
autoridad incapaz de garantizar su seguridad y superar los problemas económicos
que los aqueja.
Convocar a la
represión los convierte en cómplices de sus consecuencias. (Senador de la
República)
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