Alejandro Encinas Rodríguez
Martes 20 de noviembre de 2007
El país se encamina a la conmemoración del primer centenario de la Revolución Mexicana. Distintas instituciones disponen el festín para honrar la primera revolución social del siglo XX. Sin embargo, a 97 años del inicio de tal gesta, cabe compartir una reflexión respecto a las causas que motivaron la insurrección que dio lugar a la conformación del Estado mexicano y al llamado “México moderno”.
En el México de entonces prevalecía una profunda segmentación social y una gran concentración del ingreso. El 79% de la población vivía en las zonas rurales, registrando considerables niveles de pobreza. Once mil haciendas concentraban 57% del territorio nacional, mientras 15 millones de campesinos, es decir, 95% de las familias rurales, carecían de tierra.
Los hacendados mexicanos partían del principio del derecho natural a la propiedad privada e imponían inhumanas condiciones de servidumbre en las haciendas, con largas jornadas de trabajo, empleo infantil y las conocidas tiendas de raya.
La emigración de un importante sector de la población rural a las ciudades y a los centros mineros motivó, como señala Alicia Hernández Chávez, que “la cuestión social de corte rural (se trasladara) a estos nuevos poblamientos, cuando las demandas sociales de jornaleros, aparceros y pequeños propietarios se vinculan sobre el derecho a la propiedad y el ejercicio real de sus derechos políticos”.
Ello encuentra un caldo de cultivo favorable a la revuelta social, en las lamentables condiciones laborales en las ciudades y en la industria, carentes de toda regulación y protección social, lo que da cauce a movimientos reivindicativos que culminan en huelgas, como las de Cananea y Río Blanco, que confrontan además un régimen profundamente autoritario que las reprime brutalmente.
De los reclamos contra la situación agraria y sindical, se da paso a la censura contra el caciquismo y la falta de democracia, lo que aunado al movimiento antirreeleccionista de Madero y de vastos sectores medios de la población, precipitó el movimiento armado.
La Revolución Mexicana, señala Lorenzo Meyer, “terminó por proponer para México la construcción de un orden no liberal, de una economía no enteramente supeditada a los dictados del mercado... que dio lugar a la ‘economía mixta’ de la posrevolución, así como a sus políticas sociales, la cual nunca cumplió realmente con la promesa del discurso revolucionario”, quizá con la sola excepción del gobierno del presidente Lázaro Cárdenas.
Noventa y siete años después, nuestro país se ha transformado profundamente y, al mismo tiempo, no han cambiado en lo sustancial las condiciones de vida de la mayor parte de los mexicanos.
Si bien el México rural quedó atrás y la mayor parte de la población vive en 55 zonas metropolitanas y otras ciudades, la situación del campo es lamentable, la reforma al artículo 27 constitucional, lejos de modernizar la economía rural, alentó el arrendamiento de tierras. El desmantelamiento de las instituciones públicas de fomento al desarrollo rural trajo consigo el abandono del campo; la expulsión de millones de campesinos a las ciudades y al extranjero; la pérdida de la autosuficiencia alimentaria y la proliferación del cultivo de drogas.
Más de 20 millones de mexicanos han emigrado a Estados Unidos. Las remesas que éstos envían rondan la cifra de los 25 mil millones de dólares anuales.
La concentración del ingreso es descomunal. De acuerdo con información del INEGI, en 2006, 60% de la población con menores ingresos percibió 27.6% de los ingresos, mientras 10% de la población con mayores recursos concentró 35.7% de los ingresos totales.
La propia Secretaría de Hacienda reconoció este año que el 10% de la población más pobre del país percibe 1.1% del ingreso total, mientras que 10% de los habitantes más acomodados concentra 39.6% de los ingresos.
Aunado a ello, el enrarecido clima político que prevalece en el país, la falta de legitimidad del actual régimen, el mantenimiento de un sistema de privilegios fiscales para los grupos de mayores ingresos, el desmantelamiento del ya precario entramado institucional que sustentó las conquistas sociales emanadas de la Revolución, así como el intento por privatizar bienes fundamentales de la nación, crean un escenario de incertidumbre.
No hay que olvidar lo señalado por Edward P. Thompson al analizar las revoluciones en Europa: “La miseria, el hambre misma no es suficiente para explicar la reacción violenta y destructiva de los grupos populares. Para que esa violencia social estallase, se necesitaba, además, otro elemento: la convicción de que los de arriba habían decidido romper el pacto de solidaridad mínima existente con los de abajo”.
aencinas@economia.unam.mx
Profesor de la Facultad de Economía de la UNAM
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