16 de septiembre de 2021
Mensaje
del presidente Andrés Manuel López Obrador. Desfile cívico militar: 211 años
del Grito de Independencia
Acto encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador desde el Zócalo de la CDMX
Presidencia de la República | 16 de septiembre de 2021
Mensaje del presidente Andrés Manuel López Obrador. Desfile cívico militar: 211 años del Grito de Independencia
Excelentísimo señor Miguel Díaz-Canel, presidente de la República de Cuba.
General Luis Cresencio Sandoval González, secretario de la Defensa.
Almirante José Rafael Ojeda Durán.
Representantes del Gobierno de México, del Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
Pueblo de México.
Amigas, amigos todos.
Por esas singularidades de nuestra historia, la fecha que más celebra el pueblo de México es la del inicio, la del Grito y no la de la consumación de la Independencia nacional.
A los mexicanos nos importa más el iniciador, el cura Hidalgo, que Iturbide, el consumador, porque el cura era defensor del pueblo raso y el general realista representaba a la élite, a los de arriba, y sólo buscaba ponerse la diadema imperial.
Hidalgo fue otra cosa. A él le tocó, con Allende, Aldama, Jiménez y
otros dirigentes populares enfrentar a la oligarquía dominante y proclamar la
abolición de la esclavitud.
El pensamiento de Hidalgo era subversivo. Nada en su personalidad lo
distanciaba de ser un revolucionario y no se andaba por las ramas. Por ejemplo,
en una de sus cartas al intendente Juan Antonio Riaño escribía:
‘No hay remedio, señor intendente. El movimiento actual es grande y
mucho más cuando se trata de recobrar derechos santos concedidos por Dios a los
mexicanos, usurpados por unos conquistadores crueles, bastardos e injustos que,
auxiliados de la ignorancia de los naturales y acumulando pretextos santos y
venerables, pasaron a usurparles sus costumbres y propiedad, y vilmente de
hombres libres convertirlos a la degradante condición de esclavos.’
Al mismo tiempo, Hidalgo era un hombre profundamente humano, un
auténtico cristiano. Así lo demuestra el hecho de que, para evitar el degüello
de miles de oponentes realistas, pero también de inocentes, prefirió quedarse
en el Cerro de las Cruces y no tomar la Ciudad de México, que estaba
prácticamente rendida.
Sin embargo, sus adversarios nunca le perdonaron la osadía de querer
igualar a los pobres con las clases más favorecidas; baste recordar el juicio
en que lo excomulgan y la manera en que lo asesinan, le cortan la cabeza y la
exhiben como escarmiento por más de 10 años en la plaza principal de
Guanajuato.
Ningún dirigente en la historia de México ha recibido más insultos que
el cura Hidalgo. Paco Ignacio Taibo hace un recuento de todos los improperios:
endurecida alma, escolástico sombrío, monstruo, taimado, corazón fementido,
rencoroso, padre de gentes feroces, Cura Sila, entrañas sin entrañas, villano,
hipócrita, refinado, tirano de tu tierra, pachá, lo-cura, imprudentísimo
bachiller, caco, malo, malísimo, perversísimo, ignorantísimo bachiller
Costilla, excelentísimo pícaro, homicida, execrable majadero, badulaque,
borriquísimo, primogénito de Satanás, malditísimo ladrón, liberticida, insecto
venenoso, energúmeno, archiloco americano’.
Por si fuese poco, en el juicio de excomunión lo llaman demagogo,
desnaturalizado y frenético. Él se defendía respondiendo que actuaba con apego
a su conciencia y es célebre la frase que dirige a sus acusadores:
‘Abrid los ojos, americanos. No os dejéis seducir de nuestros enemigos.
Ellos no son católicos, sino por política. Su dios es el dinero y las
conminaciones sólo tienen por objeto la opresión. ¿Creéis acaso que no puede
ser verdadero católico el que no esté sujeto al déspota español?’
En fin, si Hidalgo no hubiese sido auténtico, como lo era, no lo
hubiesen sacrificado con tanta saña, como lo hicieron con Jesús Cristo.
Sin embargo, Hidalgo, en sus últimas horas dio muestra de un temple
excepcional y de una serenidad conmovedora, y hasta tuvo el gesto de una
insólita amabilidad de componer unas décimas de agradecimiento a sus carceleros
por el buen trato que le brindaron; una de ellas, dedicada al cabo Manuel
Ortega, dice así:
‘Ortega, tu crianza fina,
tu índole y estilo amable
siempre te harán apreciable
aún con gente peregrina.
Tiene protección divina
La piedad que has ejercido
con un pobre desvalido
que mañana va a morir,
y no puede retribuir
ningún favor recibido.’
Lo que permitió al Padre de la Patria enfrentar la muerte con aplomo y
tranquilidad fue la paz con su conciencia. La certeza de que, con fidelidad a
sus principios y valores, había hecho lo correcto y lo que era necesario para
el bien de pueblo al que se debía.
Cuando lo iban a fusilar, a cuatro metros de distancia, los soldados
temblaban, le dieron varios tiros sin matarlo y el sargento del pelotón tuvo
que ordenar a dos de ellos que le pusieran las bocas de los fusiles
directamente en el corazón. Después de matarlo, le cortaron la cabeza y, junto
con las de Allende, Aldama y Jiménez, las colocaron en cada esquina del
edificio de la Alhóndiga de Granaditas.
Nosotros, los mexicanos, nos sentimos orgullosos de este héroe y de
muchos más, porque aquí en México, como en ninguna otra parte, el movimiento
independentista no se inició por simples reacomodos en las cúpulas del poder,
ni se gestó únicamente por un sentimiento nacionalista, sino que fue fruto de
un anhelo de justicia y de libertad. Por ello, el grito de libertad y justicia
va antes que el de la Independencia política.
No obstante, este ideal profundo representó todo un desafío para los
potentados, quienes lograron contenerlo y postergar su realización durante 100
años, porque es hasta un siglo después de consumada la Independencia, que otro
grito, el de la Revolución mexicana de 1910, empezara a convertir en realidad
los sueños y los ideales de los curas Miguel Hidalgo y José María Morelos, de
Josefa Ortiz de Domínguez, de Leona Vicario, de Juan Aldama, de Ignacio
Allende, de José Mariano Jiménez y de muchos otros dirigentes, mujeres y
hombres, que comenzaron la lucha por la emancipación autentica del pueblo de
México.
El día de hoy recordamos esa gran gesta histórica y la celebramos con la
participación del presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel, quien
representa a un pueblo que ha sabido, como pocos en el mundo, defender con
dignidad su derecho a vivir libres e independientes, sin permitir la injerencia
en sus asuntos internos de ninguna potencia extranjera.
Ya he dicho y repito: podemos estar de acuerdo o no con la Revolución
cubana y con su gobierno, pero el haber resistido 62 años sin sometimiento es
una indiscutible hazaña histórica. En consecuencia, creo que, por su lucha en
defensa de la soberanía de su país, el pueblo de Cuba merece el premio de la
dignidad y esa isla debe ser considerada como la nueva Numancia por su ejemplo
de resistencia, y pienso que por esa misma razón debiera ser declarada
patrimonio de la humanidad.
Ahora sólo agrego que el gobierno que represento llama respetuosamente
al gobierno de Estados Unidos a levantar el bloqueo contra Cuba, porque ningún
Estado tiene derecho a someter a otro pueblo, a otro país. Es preciso recordar
lo que decía George Washington: ‘Las naciones no deben aprovecharse del
infortunio de otros pueblos’.
Dicho con toda franqueza, se ve mal que el gobierno de Estados Unidos
utilice el bloqueo para impedir el bienestar del pueblo de Cuba con el
propósito de que éste, obligado por la necesidad, tenga que enfrentar a su
propio gobierno.
Si esta perversa estrategia lograse tener éxito, algo que no parece
probable por la dignidad a que nos hemos referido, repito, si tuviera éxito, se
convertiría en un triunfo pírrico, vil y canallesco, en una mancha de que esas
que no se borran ni con toda el agua de los océanos.
Es mejor el entendimiento, el respeto mutuo y la libertad sin
condiciones ni prepotencia. Todavía vive y desde esta plaza principal de México
le enviamos un saludo al presidente Jimmy Carter, quien supo entenderse con el
general Omar Torrijos para devolverle a Panamá el canal y su soberanía. Ojalá
que el presidente Biden, quien posee suficiente sensibilidad política, actúe
con esa grandeza y ponga fin, para siempre, a la política de agravios hacia
Cuba.
En la búsqueda de la reconciliación también debe ayudar la comunidad
cubano-estadounidense, haciendo a un lado los intereses electorales o
partidistas. Hay que dejar atrás resentimientos, entender las nuevas
circunstancias y buscar la reconciliación.
Es tiempo de la hermandad y no de la confrontación, como lo señalaba
José Martí. El choque puede evitarse con el exquisito tacto político que viene
de la majestad, del desinterés y de la soberanía del amor.
¡Que viva la independencia de México!
¡Que viva la independencia de Cuba!
¡Que viva la independencia de todos los pueblos del mundo!
¡Que viva la fraternidad universal!
Plaza de la Constitución, 16 de Septiembre de 2021.
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