Monopolios contra soberanía
Alejandro Encinas Rodríguez
28 de agosto de 2012
El proceso electoral puso en evidencia el control que los
poderes fácticos mantienen sobre el país. México es gobernado hoy por una
minoría que detenta el poder económico y que en esta elección jugó el papel
determinante.
El Estado mexicano se ha escindido de la sociedad y se
encuentra secuestrado por grupos minoritarios que utilizan las instituciones
para mantener sus privilegios y despojar a la nación de su riqueza. Esta
situación ha provocado una profunda crisis de legitimidad, la cual abona a la
ampliación de la brecha entre la ciudadanía y las instituciones públicas.
A través de canonjías entre gobierno, políticos y
empresarios se han definido los relevos presidenciales, acrecentado la
concentración monopólica, cuyo poder se percibe más pujante que nunca. Ante el
vacío creado por una Presidencia debilitada, los monopolios, en particular los
que detentan las concesiones de los medios de comunicación, construyen
candidatos, imponen gobernantes, censuran la información, vetan y linchan
mediáticamente a quienes cuestionan su poder.
Asistimos al resquebrajamiento de los últimos reductos del
Estado-nación con el eventual regreso al poder de una generación de tecnócratas
y políticos corporativistas que a lo largo de tres décadas implementaron un
proceso de privatización profunda de los bienes nacionales, que propició una
desmedida concentración del ingreso y el consiguiente aumento del poder del
capital frente al poder público, en un ambiente en el que cualquier intento de
transformación democrática crea hostilidad entre quienes ven amenazados sus
intereses y genera reacciones de imposición sobre la voluntad popular. A ello
se suma la presencia de otros poderes informales, que ligados a actividades
ilícitas controlan amplias regiones del territorio nacional.
Ante el debilitamiento del Estado, el centro del poder
gravita al margen de las instituciones públicas. El ejercicio de elección
popular es sustituido por el dinero y la compra de conciencias, en tanto las
instituciones subordinan su capacidad de velar por el interés del país a
intereses particulares.
En las últimas semanas hemos presenciado evidencias claras
de esta situación y la restauración del abuso del poder en la aplicación a modo
de la ley por una autoridad electoral omisa y complaciente para sancionar las
irregularidades cometidas en la elección presidencial, así como la asociación
de los poderes fácticos con una clase política incapaz de establecer la libre
competencia y superar la profunda lejanía de las instituciones de la sociedad,
como lo acredita también la embestida del Ejecutivo federal contra la libertad
de expresión y las pretensiones de Felipe Calderón de despedir a Carmen
Aristegui a cambio de refrendar la banda 2.5 Ghz al grupo MVS.
Este escenario plantea el reto de impulsar un viraje
profundo en nuestro régimen político para instaurar una nueva era de convivencia
basada en la reconciliación nacional. Se trata de construir un proceso
democrático en el que predomine la estabilidad y certidumbre, donde la equidad
constituye la condición fundamental para el desarrollo y el respeto a los
derechos y libertades de los ciudadanos para la sana convivencia.
Se requiere erradicar la cultura política que desprecia la
dignidad de las personas, en la que prevalece una perspectiva gubernamental
que, en vez de ciudadanos, ve clientelas, para transitar hacia una sociedad
donde los ciudadanos se asuman como sujetos reales de derechos y hacia un nuevo
orden democrático, fundado en un precepto despreciado por los hombres del
poder: el respeto a la soberanía popular.
Senador electo por el Estado de México
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