Los
‘templarios de la legalidad’
Alejandro
Encinas Rodríguez
14 agosto 2012
En este
país del absurdo, ahora resulta que actuar bajo los términos que establece la
ley y hacer valer los derechos que la misma confiere, es considerado un acto
subversivo que desestabiliza al país. Es paradójico que quienes se rasgan las
vestiduras en defensa del Estado de derecho y la legalidad, reprueben que el
Movimiento Progresista actúe a través de los cauces legales, al tiempo que
emplazan al TEPJF a resolver cuanto antes, sin detenerse a revisar los
argumentos para invalidar la elección.
El
discurso de devoción institucional de estos actores, alaba al IFE y al TEPJF
como entes inmaculados, asumiéndose como caballeros templarios de la
democracia, pero al mismo tiempo minan la institucionalidad democrática con sus
acciones.
Si se
tratara de confiar por confiar en las instituciones, como demandan quienes
obtuvieron una ventaja con base en corruptelas e ilicitudes, sería innecesaria
la existencia de leyes, pues ellos, los grandes electores, decidirían, como se
pretende ahora, en nombre de todos.
Por eso,
dejar de luchar, quedarse con los brazos cruzados y no reclamar certeza en la
sentencia del Tribunal, condenaría nuestra democracia a la normalidad del
delito y a permitir que la violación a la ley se convirtiera en premisa para
ganar elecciones.
El
Tribunal no debe dejar de sancionar las irregularidades cometidas. De hacerlo,
allanará el camino a la desmoralización y al cinismo colectivo, a que se
propague el sentimiento de que todos los partidos y políticos son iguales, y
que las elecciones no ofrecen una auténtica alternativa de cambio. Lo que
parece configurarse tras las declaraciones de su presidente, Alejandro Luna
Ramos, quien en un exceso más, advirtió que “Nadie ganará en la mesa lo que no
pudo ganar en las urnas (…) El Tribunal no puede cambiar la decisión
manifestada por la ciudadanía en las urnas”.
Que los
magistrados intercedan a favor de los grupos de poder que los nombraron, en vez
de dar garantías para que el voto se emita y se cuente en condiciones libres y
auténticas, profundizará la desconfianza en las instituciones y el desencanto
con el sistema democrático.
Aristóteles
decía que la demagogia es la “forma corrupta y degenerada de la democracia” que
puede llevar a la instauración de un régimen autoritario. Nada más cercano a
nuestra realidad. La demagogia discursiva de las autoridades electorales que
han calificado a priori la elección en contraste con el cúmulo de pruebas
presentadas de irregularidades.
La
desmesura de los poderes que dominan al país, han tomado como rehenes las
instituciones públicas y establecido una alianza tácita con la clase política
corrupta que opera para mantener privilegios de monopolios y medios, por encima
de los ciudadanos y cínicamente exigen a la izquierda apegarse a un pacto de
civilidad política que no han respetado.
Esta red
de complicidades al amparo del poder público, operó grandes recursos económicos
para comprar la elección presidencial, como si fuera una mercancía, abusó de la
pobreza de la gente; pero no han logrado comprar la legitimidad de la misma ni
la conciencia de millones que quieren un verdadero cambio.
La
exigencia ciudadana parte de que las instituciones electorales sean garantes de
los principios de legalidad, imparcialidad, equidad y transparencia en la
elección, se funda en el derecho legítimo de los ciudadanos para tener procesos
electorales democráticos.
A todos
conviene que se limpie la elección, incluso a quienes hoy con impaciencia
exigen que se asuman los resultados. La única manera de garantizar que la
democracia subsista, es que su desempeño satisfaga a los ciudadanos, pues sólo
ella puede generar consensos amplios y perdurables. Por esto, el llamado a que
llanamente se reconozca el resultado para garantizar una supuesta
gobernabilidad, constituye un espejismo tras el que se oculta el abuso de poder
que profundizará la crisis ética que atraviesa la vida pública del país.
@A_Encinas_R
Senador
electo por el Estado de México
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