Canoa y la pandemia
El Universal
Alejandro Encinas Rodríguez
28 de abril de 2020
El 14 de septiembre de 1968, una muchedumbre azuzada por el párroco del
pueblo, arremetió contra cinco trabajadores de la Benemérita Universidad Autónoma
de Puebla en la comunidad de San Miguel Canoa, quienes habían emprendido una
excursión al volcán La Malinche. El sacerdote incitó a los pobladores a linchar
a los trabajadores universitarios acusándolos de ser comunistas, asesinando a
dos de ellos e hiriendo de gravedad a los demás.
Fue el preámbulo de la masacre del 2 de octubre en
Tlatelolco. El país estaba imbuido en un discurso de odio e intolerancia,
alentado desde el gobierno y los sectores más conservadores de sociedad contra
quienes eran diferentes, provocando violencia y una profunda fragmentación
social.
Toda proporción guardada, la emergencia sanitaria
enfrenta campañas de información falsa y descalificación a las autoridades de
salud; situación similar, a la de alentar el miedo y la desinformación entre la
población, acciones que discriminan e incitan a la violencia en contra las
personas contagiadas por el virus e incluso contra quienes son los responsables
de combatir la pandemia.
En las últimas semanas se han registrado agresiones
contra profesionales de la salud, personas enfermas por COVID-19 y grupos
históricamente excluidos, como la población migrante, poniendo en riesgo la
integridad y la vida de las personas.
Se han presentado amenazas a la infraestructura
hospitalaria, lo que dificulta garantizar la atención médica, donde pobladores,
por miedo a contagios, por falta de información o ignorancia, se niegan a que
los hospitales atiendan la enfermedad, obstaculizando la atención en sus
propias comunidades.
De ello no están exentas autoridades que se extralimitan
en sus facultades. Los gobernadores, como autoridad sanitaria, son competentes
para dictar medidas sanitarias. Sin embargo, algunas decisiones que han
adoptado rebasan sus atribuciones.
Entre estas acciones destaca la imposición de
restricciones obligatorias a la movilidad, como ha sucedido en los estados de
Sonora, Michoacán y Jalisco, imponiendo sanciones, multas, arrestos y trabajo
comunitario. Incluso, algunos gobernadores instruyeron el cierre de fronteras
en sus estados. Es importante señalar que la restricción al libre tránsito de
las personas únicamente puede hacerse con base en las leyes migratorias y de
salubridad general, siendo esta última competencia exclusiva del Consejo General
de Salubridad.
Si bien la reducción de la movilidad ciudadana es el
objetivo prioritario de la Jornada Nacional de Sana Distancia, imponer la
obligatoriedad del resguardo domiciliario facilita la vulneración de derechos,
en particular cuando no se establece un marco legal claro y delimitado.
De igual modo, en municipios y comunidades de once
entidades del país se han establecido toques de queda y restricciones
obligatorias a la movilidad, facultando a las corporaciones policiales para
arrestar a las personas, llegando al extremo de imponer castigos corporales
degradantes, como ocurrió en Teloloapan, Guerrero, donde la Policía Comunitaria
Tecampanera golpeó a las personas “que no acataron las medidas de quedarse en
casa”.
La emergencia sanitaria no significa el establecimiento
de un estado de excepción y suspensión de garantías. Suponerlo, lleva a
incurrir en violaciones a la ley y abuso de autoridad. Es preciso hacer un
llamado a reforzar la solidaridad colectiva y atenuar las reacciones de miedo e
intolerancia que en este contexto se presentan.
Los gobiernos y la sociedad, en conjunto, deben actuar
con apego irrestricto a los derechos de las personas, frenando toda amenaza o
castigo a la población, garantizando la libre expresión y al acceso a la
información.
La desinformación pone en riesgo a la población. Quienes
descalifican y ponen en duda el trabajo de las instituciones de salud fomentan
la incertidumbre. Los medios de comunicación deben garantizar la libertad de
opinión y de conciencia, informando a la población de forma veraz, objetiva y
oportuna, para que no regresemos a lamentar otra desgracia como la sucedida en
Canoa hace más de medio siglo. (Subsecretario de Derechos Humanos, Población y
Migración)
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